BICENTENARIO DE LA BATALLA DE TRAFALGAR

30/06/05

La mayor parte de la gente británica no sabe dónde está Trafalgar, ni que es algo más que una plaza londinense. Sí saben, en cambio, que fue una gran batalla donde ganaron a los franceses, y que Nelson fue el héroe de la misma.

La conmemoración británica del segundo centenario de la victoria inglesa en Trafalgar se ha hecho por todo lo alto, participando 167 barcos de 35 países. El protagonista ha sido Nelson … y la corona británica, esa que mantiene en España la última colonia de Europa.

Esta escenificación grandilocuente y de autoafirmación nacional ha contado con 6 buques franceses y dos españoles, la fragata Blas de Lezo y el portaaeronaves Príncipe de Asturias, en una demostración de falta de astucia sin igual, haciéndoles el juego a los ingleses, una vez más, después de doscientos años.

Esta celebración tiene varios objetivos: conmemorar uno de los principales hitos históricos de Inglaterra -que casi siempre son batallas- ensalzar a su héroe Nelson, reforzar la maltrecha imagen de la monarquía, afirmar la independencia de Gran Bretaña frente a la UE y, sobre todo, mostrar al mundo y a sus enemigos históricos -España y Francia- su poder hegemónico renovado, con una economía en crecimiento, una proyección estratégica que la ha situado como la segunda potencia militar del mundo y posiblemente como el segundo país en influencia, eso sí de la mano de su gran valedor transatlántico, al que hace de quintacolumnista en Europa.

Hasta aquí nada que objetar a nuestro especial aliado. Pero sí mucho que oponer a la actitud claramente acomplejada del gobierno de España por enviar barcos a una conmemoración de la propia derrota. Bastaría con haber enviado una representación militar de cortesía para la tribuna de autoridades y no tener que verse forzados a desfilar a golpe de salva ante la reina de un país con el que tenemos suficientes contenciosos y desencuentros abiertos.

En cuanto a Francia, qué decir. Bravuconada la de enviar 6 buques, para sacar músculo y no más, en un alarde de competencia que no viene al caso, muy en la línea de sus fogosas y desgraciadas cargas de caballería en Pavía o en la guerra de los 100 años.

Gran Bretaña ha vuelto ha resituarse en el mapa de los poderosos, en detrimento de una Europa que languidece por las intrigas de sus politiquillos de medio pelo, enfrascados en su sectaria constitución y más pendientes de obtener los réditos de la ampliación que de aglutinar un ideario que los haga fuertes, algo que otros tienen suficientemente claro.