Septiembre de 2005
Es habitual considerar que el segundo país con mayor patrimonio arquitectónico del Mundo es España. También se considera que sólo Roma realizó más fundaciones de ciudades que España.
Ambas cuestiones pueden ser discutibles si salimos de Europa. Pero de lo que no cabe ninguna duda es de que España, o mejor, los españoles, han sido los más grandes viajeros y descubridores de tierras de todos los tiempos, ensanchando el mundo para los europeos de una manera que les proporcionó su control casi absoluto.
La propaganda anglosajona se ha encargado de sepultar a través de los siglos esos logros, interponiendo sus marinos y exploradores en la Historia, puenteando hechos y olvidando intencionadamente que si alcanzaron muchos lugares remotos fue a través de pilotos españoles o portugueses capturados, que ya habían estado antes allí.
Desde Alaska a Tierra de Fuego, desde Las Galápagos hasta Sacramento, desde Célebes a Filipinas, desde Australia a Nueva Zelanda y Guam … Siempre estuvieron antes los nuestros, a quienes se atribuye también el descubrimiento de las tierras antárticas, por si alguien se había desconsolado con las atribuciones del descubrimiento de América al turco Piri Reis, a los noruegos de Leif Eriksson, al irlandés San Brandán -Sanvolrandan- , a marroquíes o los mandingas, a los japoneses ... y hasta a los extraterrestres, o al chino Zheng He.
El descubrimiento de las fuentes del Nilo Azul ha sido un ejemplo más de falseamiento histórico, pero también de olvido por parte de quienes una vez, en el pasado, proyectaron a su descubridor hacia lo desconocido.
El Nilo Azul
El Nilo es un río de doble nacimiento. Desde la Antigüedad se conoce que el Nilo Azul y el Nilo Blanco confluyen para formar un único y enorme río, el más largo del Mundo.
Durante dos mil años, egipcios, griegos y romanos buscaron en vano su nacimiento y no pudieron acceder más allá de las uniones de ambos ríos. Las cataratas, los cañones y otros accidentes naturales se lo impidieron.
Se atribuye el descubrimiento de la fuente del Nilo Blanco, en 1862, a John Hanning Speke, en el corazón de Uganda.
Y al escocés James Bruce el descubrimiento de las fuentes del Nilo Azul en Etiopía, quien llegó a este lugar en 1770, 152 años después que Pedro Páez Jaramillo, el primer europeo en alcanzar realmente las fuentes del Nilo Azul, en 1618.
En el 400 aniversario de su primer viaje a Etiopía, la figura histórica de este misionero jesuita comienza a reivindicarse. Además de algunos trabajos específicos de jesuitas que estuvieron en aquella misión después de Páez, u otros como Camillo Beccari, la mayoría de referencias a la vida del jesuita madrileño se encuentran en libros sobre la historia etíope.
Pedro Páez, además de ser el primer europeo en llegar al nacimiento del Nilo Azul y en cruzar el desierto de Hadramaut, en Yemen, fue el primer europeo en probar el moka, lo que hoy conocemos como café, y en escribir sobre él. En los cuatro años siguientes al descubrimiento, como arquitecto, levantó un palacio y una iglesia en Górgora, Etiopía, a orillas de lago Tana.
Fue enterrado el 25 de mayo de 1622, en las monumentales ruinas de la capilla principal de esa antigua iglesia abandonada, donde nace el Nilo Azul.
Pedro Páez nació en 1564 en Olmeda de las Cebollas (hoy Olmeda de las Fuentes), Madrid. Estudió en la universidad de Coimbra y con 18 años ingresó en la Compañía de Jesús, fundada 30 años antes. Salió de España en 1588 y ya jamás regresó.
Los intereses estratégicos del Imperio Español requerían atraer a Etiopía a la órbita española, en el cerco al que se quería someter al Imperio Otomano. Esta circunstancia y el naciente espíritu misionero jesuita fueron los impulsores de la aventura de Páez.
Viajó primero a Goa (La India), donde permaneció un año y, acompañado del padre Antonio de Montserrat, tomó rumbo a Etiopía. Los capturaron los árabes y los vendieron como esclavos a los turcos, de una forma ya recurrente en nuestra Historia. Durante ese cautiverio debieron cruzar a pie el desierto yemenita de Hadramaut y parte del desierto de Rub'al Khali, en la península Arábiga.
Tras siete años, fueron rescatados y trasladados gravemente enfermos de regreso a Goa, donde Montserrat murió. En 1603, tras recuperarse, Paéz volvió a entrar en Etiopía; Su formación como arquitecto y su conocimiento de lenguas, su diplomacia y simpatía le permitieron ganarse el favor de los emperadores etíopes Za Dengel y Susinios Segued III, a los que convirtió a la fe católica, trazando lo que debía ser el principio de sendas alianzas con Roma y España.
En uno de los viajes con Segued III alcanzó, en 1618, las fuentes del Nilo Azul.
La principal obra de Páez es su Historia de Etiopía, redactada en portugués y finalizada en 1622, año de su muerte. La obra, de incalculable valor científico e histórico aún en nuestros días, que no se encontró hasta 300 años más tarde ni se tradujo nunca al castellano, se editó en 1945.
Bibliografía:
Javier Reverte, “Dios, el diablo y la aventura”.
Juan González Núñez, “Etiopía: hombres, lugares y mitos”.
Diccionario Enciclopédico Hispano-americano.
Alan Moorehead, “El Nilo Azul”.
Otros autores que citan a Páez son: Philip Caraman y George Bishop.
Enlaces:
Pedro Páez, natural de Olmeda de las Fuentes
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